La Luna es una cruel amante – Verdadero Anarquismo

La Luna es una cruel amante de Robert A. Heinlein:

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La Luna es una cruel amante (The Moon is a Harsh Mistress) es una novela de ciencia ficción de Robert A. Heinlein (uno de los «3 maestros» de la edad de oro de la ciencia ficción, junto a Arthur C. Clarke e Isaac Asimov), en la que se cuenta la historia de la lucha de los habitantes de la Luna por alcanzar su independencia de la Tierra. Fue publicada en 1966.

Está protagonizada por un colono lunar técnico en informática y por el ordenador MIKE, que adquiere conciencia de sí mismo analizando el sentido del humor humano. Entre ellos dos y el Profesor Bernardo de la Paz, un autodenominado «anarquista racional» (concepto que usualmente se ha interpretado como un anarquista libertario),1 2 un revolucionario en su pasado en la Tierra y la preciosa Wyoming Knott, dirigente del principal partido revolucionario lunar, planean una guerra de independencia contra la Tierra en pos de una sociedad sin gobierno ni autoridad pública, en que las leyes sean los pactos entre individuos libres.

Los colonos enarbolaban una bandera negra salpicada de estrellas en la que lucía una franja roja y un cañón dorado sobre el lema TANSTAAFL!, acrónimo de la expresión inglesa There Ain’t No Such Thing As A Free Lunch! (¡Las comidas gratis no existen!), recordando el hecho de que cuando alguien ofrece algo gratis suele suceder que un tercero ha de pagarlo, o sea, que la libertad de uno no puede ser jamás la esclavitud de otro.

La novela es una de las mejores de su autor junto con Tiempo para amar y los relatos recogidos en Historia del futuro y fue galardonada con el premio Hugo.

Formularé una pregunta: ¿En qué circunstancias es moral para un grupo hacer lo que no es moral para un miembro del grupo si lo hace solo?

–Hum… Esa es una pregunta capciosa.

–Es la pregunta clave, querida Wyoming. Una cuestión radical que afecta a la raíz misma de todo el dilema de go­bierno. Cualquiera que la conteste sinceramente y se atenga a todas las consecuencias sabe dónde está… y por lo que es capaz de morir.

[…]

–¿Pena de muerte?

–¿Por qué?

–Digamos que por traición. Contra Luna, cuando hayan liberado ustedes Luna.

–¿Qué clase de traición? Si no conozco las circunstancias, no puedo decidir.

–Tampoco yo podría, –querida Wyoming. Pero creo en la pena de muerte en algunas circunstancias… con esta dife­rencia: yo no reuniría un tribunal; juzgaría, condenaría y ejecutaría la sentencia por mí mismo, y aceptaría toda la responsabilidad.

–Pero… Profesor, ¿cuáles son sus creencias políticas?

–Soy un anarquista racional.

–No conozco esa categoría. Anarquista individualista, anar­quista comunista, anarquista cristiano, anarquista filosófico, sindicalista, libertario… todas esas las conozco. ¿Qué es anar­quista racional?

–Es el que cree que conceptos tales como «estado», «so­ciedad» y «gobierno» no tienen existencia salvo como ejempla­rización física en los actos de individuos autorresponsables. Cree que es imposible compartir el pecado, atribuir responsabilidades, ya que el pecado y la responsabilidad se produ­cen el interior de los seres humanos individualizados y en ninguna otra parte. Pero, siendo racional, sabe que no todos los individuos se atienen a sus principios, de modo que trata de vivir perfectamente en un mundo imperfecto… con­vencido de que su esfuerzo no será perfecto, pero sin dejar­se desalentar por ese convencimiento.

–Profesor –dijo Wyoh–, sus palabras suenan bien pero hay algo resbaladizo en ellas. Demasiado poder en manos de individuos… Seguramente que a usted no le gustaría que las bombas H, por ejemplo, fueran controladas por una persona irresponsable.

–Yo creo que una persona es responsable. Siempre. Si existen las bombas H (y sabemos que existen), algún hombre las controla. En términos de moral, no existe lo que se llama «estado». Sólo hombres. Individuos. Cada uno de ellos res­ponsable de sus propios actos.

–¿Alguien necesita otro trago? –pregunté.

Nada acaba más aprisa con el alcohol que una discusión política, Encargué otra botella.

[…]

–Profesor, no acabo de entenderle. No insisto en que lo llame usted «gobierno»: lo único que quiero es que exponga qué normas cree necesarias para asegurar una libertad igual para todos.

–Querida señorita, acepto alegremente sus normas.

–¡Pero usted no parece desear ninguna norma!

–Es cierto. Pero aceptaré cualquier norma que usted considere necesaria para su libertad. Yo soy libre, al margen de las normas que me rodean. Si las encuentro soportables, las soporto; si me parecen detestables, las quebranto. Soy libre porque sé que sólo yo soy moralmente responsable de todo lo que haga.

–¿No respetaría usted una ley que la mayoría considerase necesaria?

–Dígame de qué ley se trata, querida, y le diré si la obedeceré.

– R. A. Heinlein, La Luna es una cruel amante (1966).

Se puede tratar de explicar de muchas maneras, pero esta es una de las mejores.  Y Robert A. Heinlein lo explicó en EE.UU en los años 60.

Lo más terrible es que, probablemente, nadie se atrevería hoy día a mostrar estas ideas en una gran pantalla sin adulterarlas. El anarquismo no le gusta a casi nadie porque al final, tú eres el responsable, sin un “gobierno” o una “sociedad”  de tus actos y debilidades, y seamos francos a casi todo el mundo le gusta culpar de sus errores a los demás.

Por cosas como esta, adoro la ciencia – ficción.

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